Phil Ivey es considerado una leyenda en el mundo del póker, pero su camino al éxito comenzó mucho antes de ser reconocido como uno de los mejores. Su madre, Pamela Ivey, recuerda con precisión el momento en que se dio cuenta de que su hijo tenía un talento especial para las cartas, cuando ganó un torneo y obtuvo más dinero del que ella ganaba en un año de trabajo.
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Corría el año 2000 cuando Phil, con apenas 23 años, participó en un evento de $500 en el Jack Binion World Poker Open en Mississippi. Contra todo pronóstico, logró imponerse sobre jugadores experimentados y se llevó un premio de más de USD$50,000 dólares. Ese triunfo no solo marcó el inicio de su carrera profesional, sino que también fue el punto de quiebre para su familia, que hasta entonces no estaba del todo convencida de que el póker fuera una opción viable.
Pamela confiesa que, al principio, no le entusiasmaba la idea de que su hijo apostara por el póker como profesión. “No creía que fuera buena idea que jugara, pero cuando vi cuánto había ganado en un solo torneo, cambié de opinión”, admitió.
El camino de Ivey apenas estaba comenzando. Un mes después de aquella victoria, conquistó su primer brazalete en las World Series of Poker, demostrando que lo suyo no era cuestión de suerte. A partir de ahí, su ascenso fue imparable, acumulando títulos, premios millonarios y el respeto de toda la comunidad del póker.
Aunque Phil ha mencionado en varias ocasiones que su abuelo fue quien lo introdujo en el mundo de las cartas, su madre tiene otra teoría sobre el origen de su talento. “Mi padre sabía jugar, pero no lo hacía con frecuencia. Quien realmente jugaba era su hermano, mi tío”, comentó. Curiosamente, su tío nunca le reveló a Phil que tenía experiencia en el juego, lo que deja la duda de si el talento se transmitió sin que él lo supiera.
A diferencia de su hijo, que compite en torneos de apuestas elevadas, Pamela disfruta del póker de manera más recreativa. “Juego en un grupo de mujeres en Las Vegas, pero el buy-in es de solo 10 dólares”, contó con humor.
Con el paso de los años, Phil ha demostrado no solo ser un genio en las mesas, sino también un hijo agradecido. Como muestra de su éxito, le obsequió a su madre un lujoso condominio valuado en un millón de dólares. “Es un gran hijo, siempre ha sido muy bueno conmigo”, expresó Pamela, orgullosa de ver en lo que se ha convertido aquel joven que, hace más de dos décadas, le mostró que su destino estaba en el póker.